La tecnología afecta la vida diaria de los chilenos de una manera cada vez más transparente y se incorpora fluidamente al tejido de las pequeñas acciones de todos los días que construyen nuestra cotidianidad. Hoy nadie se extraña de ver a sus hijos adolescentes ‘chatear’, hablar por celular en el metro, ni menos intercambiar mensajes por SMS mientras están supuestamente escuchando la clase del profesor.
Tampoco suelen levantarse cejas al escuchar los sonidos más extraños repentinamente surgir de una cartera, bolso o bolsillo indicando la presencia de un llamado al celular con un nuevo ringtone, y menos causa extrañeza el apreciar que los parlantes del equipo de sonido hoy están conectados al PC de la casa, tocando música digital bajada desde Internet a través de Kazaa.
Todas estas acciones demuestran cómo la vida diaria de los chilenos está siendo profundamente afectada por la tecnología. Su fluida incorporación a la cotidianidad, sin embargo, contrasta notoriamente con el bajo uso de la tecnología como herramienta de reducción de costos o de incremento de la competitividad presente en el mundo privado chileno. No es extraño ver todavía pantallas “Wyse60” siendo usadas por personal de atención al público, por citar un ejemplo anecdótico.
Ni que los tan mentados ERP sólo se instalen con los módulos básicos y que jamás sean instalados los intermedios y ni hablar de los avanzados, convirtiéndolos en simples sistemas contables y de inventario.
¿Una debilidad nacional?
Hay varias razones que podrían explicar la lentitud con que las herramientas tecnológicas han entrado en el mundo privado, más puntualmente al segmento de la pequeña y mediana empresa. Una de ellas es el costo de compra e implementación del hardware básico, junto con la inversión aparejada de soluciones de negocios. Otra razón, aún presente en nuestro país, es la gran brecha digital que aún pesa en los empresarios de las Pymes, quienes no han tenido ni en su infancia ni en su adolescencia, contacto con la tecnología actual, y le temen a lo desconocido.
Para superar de alguna manera esta gran falencia como país, y teniendo en cuenta sus cifras macroeconó-micas, Chile debiera ser una de las regiones de Latinoamérica con una importante inversión en este ámbito, más cuando ha sido reconocida por el Banco Mundial como el mejor lugar para hacer negocios en América Latina. Sin embargo, presenta una bajísima tasa de inversión en TI, muy por debajo de la norma mundial con apenas el 1,19% del PIB invertido en este ítem, lo cual contrasta fuertemente con el 4% del promedio mundial.
Estas cifras son preocupantes, pues indican una debilidad de la capacidad nacional de usar a las Tecnologías de Información como una herramienta competitiva innovadora en el concierto mundial.
